Se puede ser bondadoso, dulce y amoroso y sin embargo tener muy claros los límites y saber hacerlos respetar, empezando por uno mismo.
En la práctica del Taichi, a veces, sobre todo los más noveles, cuesta trabajo identificar debajo de esa lentitud y suavidad de movimientos, la verdadera esencia marcial de este arte. Porque sí, es un arte, marcial, pero arte.
Cuando hablamos de arte marcial tendemos a centrarnos en la parte marcial y olvidarnos del arte, de poner el alma en lo que hacemos. Pero también es habitual que ocurra al contrario. Si nos centramos en la finalidad de relajación, de prevención del estrés o el enfoque meditativo, es lógico perder de vista el sustrato que yace en el fondo.
Esa cocinilla de la Medicina china que fluye a nivel energético e interno tiene unos poderosos efectos sobre la autoestima, la asertividad, la gestión de los límites y la fuerza de voluntad. Características más cercanas a lo que sería un guerrero en el sentido más pacífico y más consciente, donde la verdadera finalidad de la práctica es proveerte de herramientas que te ayuden a gestionar las situaciones cotidianas. A ese nivel, donde el contrincante es tu propio inconsciente, tus sombras y tus miedos.
La capacidad de poner límites, de decir que no, o de anteponer el propio equilibrio emocional a los chantajes externos, es algo que se practica subliminalmente mientras nos movemos y educamos a nuestra energía a comportarse de una determinada manera. Esa misma actitud, luego en el día a día se mantiene, y lo que parecía una mera «gimnasia» tiene efectos muy distintos y fortalecedores. (Todos recordamos al chaval que aprendió karate pintando vallas y encerando coches ☺️)
Una de las descripciones poéticas que se ha hecho del Taichi lo hacía diciendo que el Taichi era «como un puño de hierro en un guante de seda».